Por Alberto Benza González
En los versos de la vida, entre páginas desplegadas, se encuentra la musa de la sabiduría, la guía que en mi sendero me ha acompañado. Marina Ramírez Valer, nombre que en mi corazón se ha grabado, maestra de letras, de luz e inspiración.
En las aulas, su voz resonaba con pasión, desvelando los secretos de la literatura, abriendo ventanas a mundos desconocidos. En sus palabras, el hechizo del verbo, la magia de las historias que danzan en la imaginación.
Con su paciencia y dedicación, sembró en mí el amor por las letras, cultivando mi sed de conocimiento, guiándome por senderos literarios en busca de la esencia de las palabras.
Fue ella quien me enseñó que las letras tienen vida propia, que cada poema es un latido del alma, cada novela un viaje inmortal. En sus enseñanzas descubrí que las letras son el puente que conecta corazones, la llave que abre puertas a nuevos horizontes.
A través de sus ojos, contemplé la belleza de la poesía, su poder de transformar realidades, de pintar con palabras el lienzo de los sentimientos. Me mostró que las letras son un refugio, una voz que trasciende el tiempo y el espacio.
Gracias, querida Marina, por sembrar en mí el amor por las letras, por enseñarme a soñar con cada palabra escrita. Tu legado perdurará en cada verso que pronuncie, en cada historia que plasme en papel.
Hoy te dedico estas líneas como un humilde tributo, un homenaje a tu labor como maestra y guía. Tu huella en mi ser es imborrable, y seguiré amando las letras, enalteciendo la herencia que me has legado.